viernes, 24 de junio de 2016

¿Y si De Gaulle tenía razón?


Hoy nos despertamos envueltos en la vorágine del Brexit, anglicismo que implica decir adiós a los británicos del seno de la Unión Europea. Terror en la Unión Europea, horror en los mercados, el Reino Unido se ha ido y nadie sabe como ha sido, que dirían Alaska y los Pegamoides si en vez de cantar fueran el presidente de la Comisión Europea.

El horror en los mercados es palpable desde la apertura, caídas históricas y generalizadas en las bolsas de todo el mundo, depreciaciones nunca vistas de la moneda británica, nerviosismo generalizado, miles de millones perdidos. Pero un poco de calma, que solo llevamos unas pocas horas desde que la noticia se confirmó, esto es perfectamente normal, no un apocalipsis sobrevenido. La reacción económica a corto plazo va a ser de corrección, de una más que probable dura corrección, y en el medio plazo evidentemente habrá consecuencias, pero se pueden afrontar y paliar intentando calmar a los mercados porque, hoy, y hasta dentro de bastantes meses, el Reino Unido sigue siendo un estado miembro, nada cambia de momento.

Más grave, mucho más grave, es el Terror político que parece embarga a los líderes europeos. Aún no hemos oído a ningún alto dignatario de la Unión ofrecer una respuesta seria, sólida y confiable desde las instituciones comunitarias. Pareciera como si no hubieran esperado que esto podía pasar.

La historia del Reino Unido como miembro de la Unión Europea es una historia repleta de altibajos, plagada de dificultades, copada de bloqueos, quejas y privilegios para la Isla. Es el Reino Unido uno de los principales artífices de las dificultades en el proceso de integración política, económica y fiscal de la Unión. La postura británica de bloqueo a cualquier iniciativa que implicara cesión de soberanía ha impedido, en multitud de ocasiones, desarrollar reformas imprescindibles para Europa. Y lo último fue negociar un acuerdo de trato privilegiado para quedarse en la Unión, con la infame aquiescencia de las instituciones de la misma, como si no era ya bastante con la cesión del cheque británico.

Sin lugar a dudas, la Unión con el Reino Unido entre sus estados miembros hubiera sido una organización más fuerte, más relevante internacionalmente, más eficiente y efectiva para resolver los problemas de sus ciudadanos, pero no con un Reino Unido obstruccionista y fuera de todos los acuerdos importantes. 

La salida de los británicos es una mala noticia, pero su permanencia a cualquier precio tampoco era una noticia mucho mejor. Es el momento de Europa, de la integración política real, de la constitución de unas instituciones democráticas y con competencias amplias, de la unión fiscal, de la unión económica, de la solidaridad, de la Europa de los derechos, pero también de las responsabilidades hacia dentro y hacia fuera. Este es el discurso que los mercados, los inversores pero, sobre todo, los ciudadanos europeos necesitan escuchar. Ni un paso atrás en la voluntad de construir una Europa fuerte y unida en torno a los valores que la vieron nacer.

Quizá De Gaulle tenía razón con sus vetos en el 63 y en el 67, pero no por la perniciosa influencia de los Estados Unidos en el Reino Unido, sino porque Europa necesita de una integración que supere los nacionalismos (también el francés, el alemán, el holandés, el español y...) y que cree una ciudadanía compartida, una integración que asegure la presencia de los europeos en el mundo, una integración que requiere una voluntad política que los gobiernos británicos, en cuarenta y tres años, no han tenido.

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