lunes, 9 de diciembre de 2013

¿Política o política de pasillo?



Cuando uno piensa en la política como actividad, cuando lo hace de forma romántica, bienintencionada, quizá ingenua, piensa en un desempeño encaminada a procurar a la sociedad en su conjunto un beneficio, una mejor forma de vida.

Cuando uno dedica su tiempo, su vida, al estudio de la política como un fenómeno social descubre que la evolución de la sociedad responde, en gran medida, al ejercicio de esta actividad. Los cambios políticos operados desde la antigüedad son numerosos y han hecho evolucionar las comunidades occidentales desde la esclavitud y la tiranía a la democracia y los Derechos Humanos, aunque con sonados retrocesos y a través de un camino tortuoso.

Ahora bien, también existe otra cara sobradamente conocida que es la lucha descarnada por el ejercicio del poder. En las democracias contemporáneas esa lucha ha dejado de ser sangrienta, se ha transformado, ha variado la forma de presentarse para hacerlo de una manera más aceptable para los tiempos modernos. La lucha es interna, privada, oculta a los ojos de la sociedad, se desarrolla silenciosamente en los despachos de los partidos políticos, y alcanza finalmente a todos los órdenes de la sociedad.

Esta política de pasillo, de llamada de teléfono, de reunión en un despacho, esta política de poco escribir y mucho hablar para no dejar huellas, de advertir y avisar pero nunca "amenazar", esta política de los amigos hoy y adversarios mañana, esta política que juega como el gato y el ratón con la verdad y la ilusión, esta política de ocultar y obstruir, ésta que es la política del no a todo aunque sea legítimo, esta política que lee y entiende lo que quiere en las disposiciones normativas de las organizaciones puede, en ocasiones, tornar extremadamente maliciosa, extraña e incomprensible.

Esta especie de competición, que si fuera de ideas alegraría sobremaneta a John Stuart Mill, acostumbra a limitarse a la defensa de las parcelas de poder individuales o colectivas que cada cual detente. Pero en ocasiones da lugar a ataques coordinados contra los que en privado son adversarios y públicamente leales amigos y compañeros de partido. Es un proceso natural en el ejercicio de la política que se agrava con los años y con la importancia de las posiciones enfrentadas. Pero si este tipo de prácticas llegaran algun día, de la mano de dirigentes incapaces de justificar su posición por razón de su altura política o intelectual, a las organizaciones juveniles de los partidos deberíamos echarnos a temblar, no por lo que puedan hacer ahora, sino por lo que podrían hacer si aplicando esas malas prácticas consiguieran mermar hasta obtener responsabilidades públicas.

Pero no hay nada que temer, por lo que esta disgresión es completamente gratuita, puesto que los partidos son máquinas de precisión suiza (notesé la ausencia de ironía siendo una simple frase hecha) que expulsan sistemáticamente a ese tipo de sujetos distorsionadores de la verdadera función de este tipo de organizaciones. Porque si no lo fueran ¿cómo lograríamos explicar la firme confianza que los ciudadanos demuestran tener en ellos?