martes, 16 de junio de 2015

Del cambio tranquilo y los Robespierre del siglo XXI


"El rey debe morir para que el país pueda vivir". Cambien la palabra rey por banquero, empresario, capitalista o cualquier político de un partido que no sea el mio o, según el caso, hombre y ya tenemos a un Robespierre del siglo XXI. Eso sí, gracias al proceso de humanización del derecho penal, y a las fórmulas democráticas de sustitución de gobiernos, las guillotinas sólo las vemos en Twitter y, como recordarán de otro artículo de este blog, en el tipo de manifestaciones a las que acudían los concejales del Ayuntamiento de Madrid antes de serlo, al menos, de momento.

El caso del concejal Zapata, que sigue siéndolo, y de sus comentarios de escaso gusto en Twitter podría ser una anécdota entre un grupo de personas de comportamiento social intachable, pero no parece que lo sea. El "humor" negro es un tipo de humor muy delicado, que de tenerlo uno lo debe guardar para compartirlo con aquellas personas que lo entienden y aceptan y, por supuesto, sin hacer publicidad del mismo, dado que muchas personas se pueden sentir profundamente dolidas y ofendidas por los comentarios vertidos. 

Pero con todo, Zapata sólo es un caso de una incontinencia verbal impropia de un representante de la sociedad madrileña. Porque ahora sus comentarios no son los de un ciudadano que no conoce nadie, sino que tienen una repercusión pública que hacen de ellos ofensas mucho mayores para las víctimas de sus chistes, y afectan severamente a la reputación de todos nosotros como madrileños.

Sin embargo, encontramos casos de concejales de la misma formación que no son simplemente indecentes en sus comentarios públicos, sino que sus intervenciones en redes sociales traslucen un nivel de violencia visceral, de odio al diferente difícilmente compatible con el ejercicio de la representación democrática de la ciudadanía en su conjunto. Y que por mucho que Manuela Carmena se felicite del cambio ideológico operado por sus concejales en el tiempo transcurrido desde sus comentarios ofensivos y violentos a la asunción de responsabilidades públicas, más parece impostura obligada que verdadera redención.

Desear la muerte o sufrimientos y torturas físicas a cualquier persona, también a representantes políticos, no sólo puede ser constitutivo de delito, sino que además, no creo que represente el cambio político que necesita España. Así como tampoco creo que la renovación que requería el Ayuntamiento de Madrid pase por disponer que la portavoz del grupo municipal que sostiene al gobierno de la ciudad sea la misma persona a la que la fiscalía le solicita un año de prisión por un delito contra la libertad de conciencia.

Probablemente no sean los únicos casos que descubramos, pero desde luego ha sido un comienzo apoteósico. Lo único que pido es que, al menos, no sigan intentándonos tomar el pelo diciéndonos que los comentarios están sacados de contexto, o que esto es parte de una persecución política para hacerles caer. Acepten como son ustedes, y asuman las responsabilidades que crean que deben asumir, que si los ciudadanos exigen más se lo harán saber en apenas seis meses.

España necesita más y mejores palabras, menos insultos y amenazas, medidas sociales realistas y efectivas, no guillotinas, horcas o incendios bancarios. Busquemos el cambio, pero el cambio tranquilo, razonable, equilibrado y confiable. Un cambio en el que quepamos todos, en el que todos encontremos nuestro sitio. Si el camino del cambio que proponen es el de la revolución contra el enemigo, que no es otro que el diferente, sus votantes quizá deberían empezar a buscar otras propuestas, otros partidos, otras opciones, que se desarrollen desde la política de la tolerancia, no desde la del odio.

miércoles, 10 de junio de 2015

¡Pactos pactos, que es lo que les jode!


No sé vosotros, pero yo estoy harto de oír decir a todo el mundo qué es la democracia. Y cada uno dice lo que le viene en gana o, en su defecto, lo que le viene bien según el caso, es decir, según los resultados que hayan obtenido en las urnas.

Sí quisiera puntualizar inicialmente que la democracia no es que gobierne la lista más votada y ya está. No es menos democrático, ni un ejercicio de tiranía insoportable, que los representantes electos de los ciudadanos se sienten, negocien y alcancen pactos para gobernar allí donde han sido elegidos. De hecho, esto es un ejercicio de política democrática, aunque a algunos se les olvide a conveniencia.

Cuando leo o escucho propuestas de frentes de izquierdas contra el PP o frentes anti-Podemos creo vivir tiempos pasados y, por qué no decirlo, peores. En los que se establecían cordones sanitarios.La propuesta no puede ser establecer un cordón sanitario contra el PP o Podemos por el mero hecho de serlo, cosa distinta es que se alcancen pactos para gobernar en los que el partido que, hasta ahora, ha estado en el poder sea desalojado. Y no estamos hablando de pactos de perdedores, sino de una práctica democrática fundamental en un sistema parlamentario como el español. La respuesta a un resultado electoral no pueden ser los pactos contra el otro ni tampoco puede ser la simplista propuesta de que gobierne el que más votos saque, sin dejar otra opción. 

Conseguir que la democracia funciones, lograr que la gente se siente a hablar y acordar medidas para permitir la investidura de gobiernos es lo que nuestra democracia necesita. Y hacerlo con normalidad y sin necesidad de escuchar críticas a los partidos que alcanzan esos pactos porque ahora lo hacen, igual que las había cuando no lo hacían, sería una muestra de madurez que aún hoy no parece que la vayamos a observar.

Pero estos pactos deben ser pactos programáticos, pactos de propuestas, políticas, medidas, compromisos y comportamientos ante los problemas que requieren solución. No pactos frentistas. Nos vamos a tener que ir acostumbrando al sonido de la palabra "pacto", sirvan como ejemplo los acuerdos alcanzados ayer por Ciudadanos con el PSOE en Andalucía y con el PP en Madrid. Esto es el devenir normal en un sistema democrático cualquiera y el conjunto de la sociedad va a tener que acostumbrarse y valorar debidamente esta parte de la actividad política, para después refrendarla o rechazarla con sus votos.

Confío en que la sociedad española está preparada para ello. Sin embargo, no lo hago tanto en que lo estén aquellos a los que esta sociedad les ha retirado el poder omnímodo de la mayoría absoluta y, quizá, terminen pagando un precio mayor por no aceptar lo que parece un tiempo nuevo.