lunes, 11 de septiembre de 2017

ES LA DEMOCRACIA, ESTÚPIDOS

No se equivoquen, el debate político sobre la pretendida independencia catalana. La construcción del relato político que es necesario para justificar las posiciones de cada uno de los actores es primero conceptual y después sobre las consecuencias. Gira y necesariamente colisiona en torno al concepto de democracia, qué debemos entender por sistema democrático, y deriva después hacia la explicación de las consecuencias de la independencia.

Afirmaciones como “o referéndum o represión” (Casals), “estamos en una España que está volviendo al franquismo” (Lloveras), “solo el Parlamento de Cataluña puede inhabilitar el Gobierno que yo presido” (Puigdemont), o “nosotros nos sentimos acogidos por el Derecho Internacional” (Junqueras), se enmarcan dentro de una estrategia destinada a sostener que la democracia se identifica con el ejercicio del derecho al voto, y a convencer de que no existen consecuencias perjudiciales del proceso.

No hay que confundir lo efectista con lo esencial. Las consecuencias son malas para ambas partes, pero el debate se ha de dar respecto a la idea de democracia. Dejar triunfar el relato independentista de identificar la independencia con el ejercicio al voto es perder la batalla política central, sin la cual es imposible convencer a quien piensa que legítimamente puede irse de que no se vaya porque es muy malo para él.

Todo sistema democrático se basa en una serie de derechos, de pesos y contrapesos entre los poderes separados que integran el Estado, al mismo tiempo que se dan instrumentos a las minorías para garantizar sus derechos y se establecen procedimientos reglados para el ejercicio del poder.
Si limitamos la idea de democracia a la ilimitada voluntad del pueblo emanada de sus votos, el sistema deriva hacia lo que Alexis de Toqueville llamaba “tiranía de la mayoría”. Precisamente por esto la apelación al referéndum como única opción verdaderamente democrática no solo es falaz, sino profundamente incoherente.

Si pretendemos sostener un sistema democrático fuera de los procedimientos legales que ordenan el ejercicio del poder, en definitiva, más allá de lo que la ley permite, estamos creando justamente lo contrario. Ya encontramos en Aristóteles una clara opción por el gobierno de las leyes sobre el gobierno de los hombres. Menos abstracta es la siguiente afirmación de Cicerón, quizá una de las más bellas definiciones de la libertad que existen, que afirma que “somos siervos de las leyes para ser libres”. Es por esto que los episodios vividos la semana pasada en el Parlament hacen perder toda legitimidad de origen a las normas aprobadas por el mismo, al tiempo que destruyen toda apariencia democrática del proceso independentista.

Decía Marta Rovira que seguían ese procedimiento porque, los otros, “no les habían dejado otra opción”. Lo que traducido significa que como no tengo las mayorías necesarias para desarrollar mi proyecto político, en vez de mantenerme dentro de las reglas e intentar alcanzar el apoyo suficiente, pisoteo toda la legalidad vigente y sacrifico los derechos del resto en pro de un bien mayor, la independencia. La cercanía de esta afirmación a los teóricos de la razón de estado es preocupante. La otra opción no es mucho mejor, encontrar la legitimidad de origen del nuevo orden en una teoría de la revolución (legitima el nuevo orden jurídico en un hecho de fuerza), porque ni si quiera el derecho de resistencia de John Locke tendría cabida.

Lo de las consecuencias jurídicas y el pretendido amparo en el Derecho Internacional y la falta de regulación en la Unión Europea para expulsar a un “Estado Miembro”, lo dejamos para las Resoluciones 1514, 1541 o 2625 de las NNUU (de interés son las declaraciones al respecto de Cataluña del anterior Secretario General) o las Declaraciones del Comité de las Regiones de la Unión Europea. Hoy solo se engaña a quien está dispuesto a ser engañado.

Carlos Alonso Mauricio.

P.S. El escrito no tiene intención de ser exhaustivo ni respecto de las declaraciones ni conceptualmente. La única pretensión es exponer alguna de las falencias del discurso independentista en el intento de revestir el proceso de una imagen democrática y como un proceso ajustado a Derecho o, al menos, legitimado legalmente tanto interna como internacionalmente.