lunes, 13 de octubre de 2014

Hay que volver a los clásicos



Tras tanto tiempo en silencio, y escuchando de fondo a Ana Belén, hoy me siento con ganas de escribir y volver a los clásicos, no de la música española de finales de siglo, que también, sino a los clásicos del pensamiento político en los que no siempre, pero con una frecuencia inusitada, seguimos encontrando respuestas a problemas actuales, a problemas que creamos por diversión , entretenimiento o convicción y que terminan por convertirse en una preocupación constante de soluciones, todas, insatisfactorias. No les digo de qué hablo, ya lo sabrán.

En efecto, no hablo de los lanzamientos hipotecarios, aunque podría ser dado que hoy estoy usándolo como ejemplo en clases de Filosofía del Derecho, hablo de Cataluña o Catalunya como prefieran. Hablo, en definitiva, de usted y de mi, de todos, de la forma en la que vivimos, de las relaciones sociales de vecindad, de libertad, democracia y derecho, o de Libertad, Democracia y Derecho.

Pero lo hago con espíritu tranquilo y honesto, por lo que se acabaron los juegos de palabras tramposos, las verdades a medias, los titulares impactantes, los eslóganes vacíos, los (como dicen los teóricos de la comunicación política) frames, digamos, interesados. Y, además, no pretendo alcanzar una conclusión, solo pretendo lo mismo que con mis alumnos de la universidad, plantear preguntas y dudas e invitar a la reflexión crítica.

La democracia como sistema político nunca fue un sistema de gobierno apreciado por los clásicos, así pues, infructuoso sería nuestro esfuerzo de acudir a ellos a buscar respuestas. Lo que sí podemos asegurar es que en, me atrevería a decir, ningún autor contemporáneo encontraríamos una definición de democracia sólo basada en el voto de la mayoría, aún por encima del ordenamiento jurídico. Si cambiáramos voto por voluntad nos encontraríamos, quizá, en el terreno de los filósofos marxistas de la dictadura del proletariado transmutada su teoría a otra cosa ajena a sus planteamientos o, también, en el ámbito de las teorías de Rousseau. 

En todo caso sí que podemos asegurar que la democracia, tal como la entendemos hoy, no es la dictadura de la mayoría por encima y contra todo el que se oponga a su voluntad, sea este un particular, una institución o uno de los legítimos Poderes del Estado. La democracia es la garantía de la libertad de las minorías, la democracia es un sistema de organización social pacífico, es el medio de convivencia de comunidades diversas, no el enemigo de esta diversidad ni el escudo que ampare una lucha identitaria. Dicho esto considero necesario, al menos, plantearse críticamente el contenido de las grandes declaraciones que reclaman el voto para el pueblo de Cataluña, y sólo para él, que desea liberarse, a lo que, por otra parte, en comunicación se le llama una burda falacia ad populum, y esto sí que lo decía un clásico,  Aristóteles para ser exactos.

Sobre los conceptos de Derecho y libertad poco voy a añadir, por falta de tiempo dado que me tengo que ir a impartir otra clase. Sólo diré dos cosas. La idea del gobierno de las leyes, presente desde los albores del pensamiento político, como contraposición y garantía contra el gobierno de los hombres, es un concepto esencial de la estructura política y jurídica de nuestras sociedades. Simplemente es necesario para proteger la libertad y los derechos de los individuos frente a aquellos otros que, alcanzado el poder, quisieran ejercerlo arbitrariamente. La existencia de las leyes y el sometimiento del poder a ellas, es lo único que nos permite ser libres. En palabras de Cicerón podemos decir que la libertad es el sometimiento a la ley. Para todo lo demás sólo puedo recomendar la lectura de uno de sus discursos, el Pro Cluentio.

Bueno en realidad se debe recomendar la lectura de cualquier libro clásico, del que sea. Seguro que podemos aprender más de uno de ellos que de cualquier discurso interesado, tramposo o sesgado que podamos oír o, incluso, de uno sincero. Siempre hay que volver a los clásicos. 

Comentada breve, sucinta y superficialmente la necesidad del Derecho como garantía de nuestros derechos y libertades y fundamento de nuestra democracia, sólo quedaría departir sobre el papel de la política como medio de resolución de conflictos, aunque eso queda emplazado a otro momento de ánimo teorizador, porque ahora sólo podría decir, ¡no hay derecho! a que aún no se esté apenas haciendo política.