miércoles, 13 de mayo de 2015

Por una campaña de debates II


Cuando hace unos días escribí sobre la ausencia de Cristina Cifuentes en un debate de candidatos en la Universidad Carlos III de Madrid, lo hice esperando que se celebraran los, cada vez más frecuentes en España, debates electorales televisados. Y en esas nos encontramos, en el ojo del huracán, entre el debate de candidatos a la Comunidad de Madrid ya celebrado, y el más que previsible caos de minidebates que se van a celebrar entre los candidatos a la alcaldía de Madrid.

El debate a seis bandas entre los candidatos de Ciudadanos, PSOE, PP, IU, Podemos y UPyD (por orden de posición de izquierda a derecha) fue más bien soso, con tendencia a lo anodino, envuelto en una aureola de consenso y buenas intenciones poco creíbles y con algunos candidatos navegando entre la bruma de discursos ininteligibles.

Siguiendo el orden establecido, el candidato de Ciudadanos, Ignacio Aguado, estuvo falto de intensidad en algunos tramos del debate, desubicado en algún momento frente a la cámara y correcto y atinado en los momentos en los que exponía sus propuestas, muchas desconocidas, y otras tergiversadas por la propaganda electoral de otros. Perdió la oportunidad de contestar con contundencia a Cristina Cifuentes cuando esta cometió el error de afirmar que, "en una herencia de un inmueble, que no sea la casa habitual, de 250.000€ con el PP el heredero pagaría tan solo 500€, mientras que con el resto de partidos pagaría no menos de 50.000€". Aguado, que ya había explicado su propuesta de modificación del impuesto de sucesiones, se limitó a decir, casi con timidez, al borde de pedir perdón por la corrección, que esa afirmación era falsa. Cierto es que acaba de llegar, pero ha de darse prisa en coger el ritmo y el tono adecuado para competir con garantías en el debate político, porque si no lo hace, propuestas interesantes como su reforma fiscal, la transparencia administrativa o la reforma de los curricula docentes terminarán por dormir el sueño de los justos.

Angel Gabilondo, el candidato del PSOE, fue el que más navegó entre las brumas oscuras de un discurso mal estructurado en el que se agolpaban demasiadas ideas para el escaso tiempo del que disponía y cuya bandera fueron las "soluciones, pero soluciones justas". Aquejado de un mal habitual en catedráticos que no acostumbran a tener su tiempo de exposición limitado,  no todo fue opacidad, tuvo momentos de claridad expositiva y una amplia gama de propuestas. Evitó la confrontación directa, y siempre con sus formas de hombre tranquilo contestó a algunas de las provocaciones, recordándole su pasado de ministro socialista, que le lanzó, especialmente Cifuentes. En definitiva Gabilondo demostró que quizá sea el político idóneo para una legislatura basada en el pacto y la negociación, pero que no lo es para este tipo de debates.

Cristina Cifuentes, candidata del PP, intentó encarnar, ya desde por la mañana en un conocido matinal, el papel de víctima en el debate, un papel que no le cuadra a ella y que no es, en absoluto, creíble. Era sin duda la candidata más dispuesta a la batalla, más dispuesta al debate en estado puro, pero limitada por la necesidad de entenderse con los que le rodeaban y, por qué no decirlo, por una realidad que no la ayudaba demasiado. A parte del error con Ciudadanos, hubo un enfrentamiento estéril con el candidato de Podemos sobre datos de financiación de sanidad y educación que no alcanzó conclusión, y un intento de desacreditar a Gabilondo con datos interesados (llamémosle trampas) que generan cierta imagen negativa. Cifuentes se defendió de los que pudo, recordó continuamente su programa electoral, nos prometió, como tantos otros antes, bajarnos todos los impuestos e ignoró algunos temas que no tienen explicación (como por ejemplo la política de cesión de suelo público para la construcción de colegios privados, o la permisividad respecto de la no gratuidad de los colegios concertados). Salio viva, aunque no reforzada.

El papel de Luis García Montero, aunque en apariencia secundario, resulto ser de más interés del esperado. Más allá de las propuestas, algunas interesantes como la creación de una mesa jurídica de estudio de la contratación pública para luchar contra la corrupción, consiguió trasladar la imagen de un hombre tranquilo, dispuesto a dialogar y trabajar, eso sí, con una premisa previa, que quizá desmienta lo anterior, "expulsar al PP de las instituciones".

El caso de José Manuel López, candidato de Podemos, es distinto. Buscó el enfrentamiento directo con el PP desde el principio, como parte de la estrategia para mostrarse alternativa, aunque no se perdió en él e introdujo muchas de sus propuestas, que se pueden resumir en tres. En el plano económico pretenden fundar un "banco del agua", sea lo que sea eso y sirva para lo que sirva, parece que se refieren a convertir al Canal de Isabel II en un banco público, váyase usted a saber por qué. En el plano de la lucha contra la corrupción la solución son ellos y la transparencia, sin más, ser transparentes y "echar a los que han convertido la corrupción en una forma de gobierno en Madrid". Y respecto de la educación y sanidad su pretensión es volver a la división por zonas de influencia de la región, es decir, impedir que los madrileños acudan al médico o al colegio que deseen (sujeto siempre a disponibilidad) y obligarles a ir al que les toca, que ya se encargarían ellos de que todas las necesidades estuvieran atendidas. En todo caso nada que no fuera esperable, lo que les queda es decidir si les gustan las propuestas.

Y por último, el extraordinario caso de Ramón Marcos, que más allá de su cambio de look a medio debate, y su imagen de listillo, reforzada por guardarse más de tres minutos en el primer bloque a los que ya nadie le podía contestar y, también, por algunas intervenciones incomprensibles como la que hizo en el bloque de corrupción sobre el salario de los políticos, hizo un debate interesante. Aprovechó la experiencia de estos cuatro años en la asamblea para tratar multitud de temas sin respuesta por parte del PP al que acusó de falta de transparencia, y cargó contra el resto de partidos con representación por repartirse la administración de justicia, el Consejo Consultivo o la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid. Ellos quieren cambiarlo todo y, "si de ellos depende, se hará todo."

En resumen, más que un debate, seis intentos de mitin. Un ejercicio televisivo estéril, largo, aburrido por momentos y, en general, desaprovechado por unos candidatos con demasiado miedo a equivocarse. Uno cuando ve esto siempre se pregunta, ¿si es un debate y no una conferencia dónde está el público que pregunte? ¿por qué no hay obligación de preguntar y responder por parte de los candidatos? ¿sirve el moderador para algo más que controlar el tiempo? En definitiva, ¿dónde está el debate?

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