martes, 18 de marzo de 2014

De los votos a la democracia pasando por el sufrimiento


Este pasado sábado día 15 de marzo, curiosamente en el que se tiene por el día de los Idus de Marzo, acudí junto con mi pareja y un buen amigo a una concentración en apoyo de las reclamaciones democráticas en Venezuela. Pensando en ello me preguntaba que qué podíamos hacer nosotros, nosotros que pertenecemos a una generación que no ha luchado por tener y vivir en una democracia, nosotros que somos una generación que hemos crecido en libertad y con derechos, nosotros que vivimos en un país desarrollado con una democracia avanzada y un nivel de vida, por lo general, satisfactorio.

Pues bien, allí estábamos, viendo como un gran grupo de venezolanos afincados en Madrid gritaban a voz en cuello exigiendo algo tan elemental como que no maten a sus hijos, algo tan elemental como que se les permita salir a la calle a protestar porque no tienen comida que comprar, algo tan elemental como que se cuenten bien sus votos, algo tan elemental como libertad frente a la represión.

Después de terminar la concentración me fui con Cesar, el amigo que me acompañaba, a comer, y en la comida que contaba que su hermano, licenciado en psicología, trabaja en una de las mejores consultoras de Caracas y cobra, al cambio, 80 Dolares al mes y que su padre, psicólogo con toda una vida de experiencia, alcanza con dificultad los 320 Dolares, y que aún así ellos tienen que considerarse afortunados.

Yo le interrogué durante la comida sobre lo que pasaba en Venezuela, como he hecho con todos los venezolanos que conozco, sobre quién dispara a quién, sobre quién toma las decisiones, sobre qué son esos grupos de "motorizados"con pinta de paramilitares. Llegados un momento de la conversación le pregunté directamente que quién mata a los policías, que si la oposición está haciendo uso de la fuerza, ¿su contestación? Carlos si no tenemos para comprar comida menos para armas, los únicos que tiene son la Guardia Nacional y los paramilitares, y se están ajustando las cuentas entre ellos. 

Es posible que algún manifestante halla usado la fuerza, seguro que se han arrojado objetos contra la policía o los asesinos en moto, pero yo creo lo que me dijo Cesar. Sinceramente creo que la oposición venezolana es pacífica en sus actuaciones y honesta en sus reclamaciones. Lo que veo día a día es una clase dirigente que amenaza a los estudiantes y a los miembros de otros partidos políticos, que les llama fascistas porque dicen que quieren comer, que les acusa de las penurias del país cuando llevan gobernando 15 años, que los tacha de violentos al tiempo que anima a sus adláteres a tomar medidas drásticas contra ellos.

Después de pensar en todo esto ya no me pregunto qué hacíamos allí Ana, Cesar, David y yo, lo que me pregunto es que ¿dónde estaban el resto? 

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